Texto inédito de Guillem Martínez para Nodo50
El
autor de "Barcelona rebelde" reflexiona sobre el movimiento libertario
en la actualidad y los peligros que de nuevo le acechan.
El
pasado 29M, sobre el medio día, se vivió un espectáculo visual
impactante y no previsto en Barcelona. Una marcha de piquetes
anarcosindicalistas se transformó
en la mayor manifestación libertaria en la Península. Eran varios miles
de personas -17.000, según la CGT-. La cosa, que consistía en avanzar
relajadamente por la calle y sonriendo con la boca llena de dientes,
ocupaba buena parte de Passeig de Gràcia. Hubiera
sido un hito y algo a tener en cuenta si, por la tarde, la
manifestación convocada por CGT-CNT contra la Reforma Laboral
–transcurrió en una calle paralela a la que albergaba la manifestación
mayoritaria, que pedía la negociación de la Reforma-, no hubiera
triplicado con creces en número a la manifestación espontánea de la
mañana.
En
esa manifestación libertaria –colosal- no sólo se podía ver a los
usuarios de una cosmovisión que en las 4 últimas décadas ha avanzado por
el desierto –generalmente,
en círculos-, sino usuarios nuevos, nuevas y grandes incorporaciones
que adoptaban la forma de hombres, mujeres, parejas con niños,
estudiantes, trabajadores, o novios y novias comiéndose la boca y con
ganas de proclamar la Primavera. Éramos, en fin, un grupo
novedoso y llamativo, encantado de conocerse, y que modulaba esa cara
que se te pone en el rostro cuando el optimismo de la voluntad te
acaricia la frente. Los abrazos emocionados eran algo común, que
demostraba que lo que estábamos viviendo era algo en absoluto
común. A saber: el movimiento libertario levantaba, aparentemente, la
cabeza. Era, por otra parte, una cabeza bella y divertida.
En
el área metropolitana de Barcelona se vivió algo parecido. Los usuarios
de la cosmovisión libertaria fueron un componente amplio y vivo en unas
manifestaciones
que fueron, a su vez, históricas por el volumen de personas que
acudieron a ellas. Hubo manifestaciones convocadas por sindicatos, como
la de Sabadell, dónde, incluso, el componente libertario fue el mayor de
todos. En Zaragoza se congregaron más de 15.000
personas, algo nunca jamás visto. Como en Madrid, donde la
manifestación multitudinaria de la tarde acogió también la mayor
concentración libertaria en años, y en la que se vivió también la
perplejidad y la emoción que nace cuando coincides y reconoces en
plena calle a miles de personas. Es difícil interpretar esa explosión.
En primera instancia, lo sucedido tiene mucho que ver con el trabajo del
anarcosindicalismo en estos últimos y severos años, en los que se ha
vertebrado un sindicalismo honesto, absorbente,
duro y, frecuentemente, con pocas recompensas estéticas. Pero, quizás,
estas concentraciones también pueden ser un indicativo de que la cultura
libertaria está renaciendo de sus cenizas. Si eso fuera así,
significaría que vivimos un momento mágico. Pese a
la alegría que ello pueda provocar, conviene recordar que no es el
primer momento mágico de estas características. Y, sobre todo, conviene
recordar como finalizaron otros periodos mágicos anteriores.
La
última vez que el movimiento libertario local vivió algo parecido fue
en los 70’s, cuando los Bonney-M. Mientras los partidos -y otras fuerzas
aún más importantes-,
modulaban la Transición, un movimiento libertario renacido empezó a
hacer lo que tenía que hacer. Y lo que tenía que hacer era solucionarse a
sí mismo para ser una propuesta efectiva y atractiva, sensible de ser
utilizada por la sociedad. Tenía que ponerse
al día. La CNT, así, tenía que solucionarse a sí misma y dar fin al
conflicto entre un Exilio muy dogmático y un Interior más en contacto
con la realidad, que duraba, prácticamente, desde el 39. Tenía que
intelectualizar varias décadas en las que la cultura
libertaria había crecido en otras direcciones diferentes al
anarcosindicalismo. Tenía que empezar a pensar en un movimiento
libertario cuya esencia, posiblemente, ya no fuera el sindicato. En todo
caso, se empezaron a hacer los deberes. El primer mítin de
la CNT en el Interior –Montjuïc, Barcelona, julio de 1977-, sigue
siendo la mayor reunión política habida en la historia de por aquí
abajo, lo que indica que la cultura libertaria, en aquel momento, no era
una anécdota, sino un interés llamativo en la sociedad.
Las Jornades Llibertàries –Parc Güell, julio de 1977-, organizadas no
por la CNT, sino una cosa nueva, muy de la época y mucho más horizontal
-l’Assemblea de Treballadors de l’Espectacle, una escisión libertaria de
l’Assemblea d’Actors i Directors, asociación
que aportaría, por cierto, los primeros cuadros técnicos
institucionales a la vertical Cultura de la Transición-, dibujaron
opciones culturales nuevas, opuestas a lo que, en breve, sería la
cultura hegemónica. Aquellas Jornadas supusieron el inicio de la
actualización
de la tradición libertaria peninsular –a las Jornadas, en fin, vino lo
más granado de la tradición anarquista europea del momento; allí se
habló de nuevos cacharros no esperados por nadie, como el ecologismo, el
feminismo, las opciones sexuales y la libertad
personal-.
La
Soli [Solidaridad Obrera, publicación semanal de la CNT catalana], a su
vez, ganó entidad. Con mucho esfuerzo y enfrentamiento con los mayores,
según me dicen,
un nuevo periodismo y una nueva generación de periodistas libertarios
entró en la redacción, y practicó nuevos puntos de vista para explicar
la realidad. Existió la posibilidad, incluso, de que el periódico
anarquista más legendario y antiguo del mundo, que
en aquel momento era un semanal, se convertirse en periódico diario,
que hubiera competido con los diarios generalistas del momento. Sí, el
movimiento libertario, en muy pocos meses, hacía cosas sorprendentes,
llamaba la atención, hacía propuestas y levantaba
la cabeza. Una cabeza bella y divertida, etc. Como, posiblemente,
siempre que ha tenido ocasión de exhibir su cabeza. Pero, en breve,
pasó, a su vez, lo de siempre. En 1977, cuando se firman los Pactos de
la Moncloa –el primer pacto firmado entre el Franquismo
y los partidos, en el que los partidos eliminan su único patrimonio:
una cultura beligerante y la capacidad de movilización ciudadana-, la
CNT es el único sindicato en contra. Alrededor de la CNT se agrupa la
ciudadanía descontenta ante el dibujo que está
adoptando la Transición. Es precisamente en ese momento cuando, en una
manifestación multitudinaria contra los Pactos en Barcelona, alguien
tira algo contra la puerta de la Sala Scala. La sala de fiestas se
incendió con rapidez asombrosa. Murieron cuatro trabajadores
que estaban en el interior –dos de ellos afiliados a la CNT, para más
ironía-. La policía atribuyó el atentado a miembros de la FAI y de la
CNT. En breve, la CNT y el movimiento libertario entero, se vieron
sometidos a unas tensiones que su fragilidad no pudo
aguantar. Aquella cabeza bella y divertida desapareció. Cuando quedó
claro que el atentado a la Sala Scala fue obra de un infiltrado
policial, con una amplia carrera anterior y posterior a los hechos, ya
era demasiado tarde. El movimiento libertario no existía,
estaba disperso, desprestigiado y fragmentado. Había sucumbido a la
presión de una sociedad que no quería violencia, a la presión de unos
medios que apostaban por la estabilidad más que por la transmisión de
hechos, y por un Estado que se había empleado a
fondo para eliminar el incipiente y prometedor movimiento.
La
violencia, en todo caso, siempre ha aparecido en el campo libertario
cuando el movimiento ha accedido a cierta fortaleza. En la década de los
90’s del siglo XIX,
el movimiento desaparece en Francia y Alemania, a través de diversas
bombas y atentados anarquistas que no siempre lo fueron. En Barcelona,
las bombas anarquistas –de aquella fracción mínima que optó por ellas-,
convivieron en esta época con otras bombas estratégicas
y aún más mediáticas –como la bomba del Corpus, o las docenas de bombas
de la familia Rull-, que no fueron precisamente anarquistas. En 1909,
cuando existían un movimiento libertario pedagógico y editorial potente,
la cosa fue descabezada y prohibida aprovechando
un suceso violento. El incendio que acabó con la Sala Scala, otra
iniciativa del Estado, acabó también con una edad de plata del
anarquismo. Tal vez, la más prometedora, la que era más necesaria por lo
que suponía. Suponía el renacimiento de un anarquismo
moderno y fresco que, de llegarse a producir en su amplitud, hubiera
modulado otra realidad, perceptible esta mañana a primera hora con sólo
asomarse a una ventana.
Bueno.
Todo esto viene a cuento de que esa manifestación del 29M numerosa,
bella, sorprendente, inesperada, con cuya descripción se iniciaba este
artículo, y con
la que se dibujaba un posible renacimiento de la tradición libertaria
por aquí abajo, también absorbió elementos de violencia. Diversos
contenedores –muchos, para mi gusto- ardieron en su recorrido, y algunas
oficinas –algunas, bancarias, otras, pues no-,
fueron destrozadas. Un reducido grupo de personas, no muchas, sin
demasiado contacto físico con la manifestación y sin contacto absoluto
con lo que estaba pasando dentro de ella, se dedicaron a hacer lo
contrario que la manifestación. ¿Eran policías? ¿Éramos
nosotros? ¿Éramos esa parte de nosotros que tan bien le viene,
periódicamente, al Estado? La actuación de esas personas, en todo caso,
provocó que varios manifestantes con niño abandonaran la manifestación
-¿merece la pena una manifestación a la que no pueden
ir nuestros hijos?-, y consiguió no solo que el final de la jornada
fuera deslucida, sino que se produjera una actuación policial brutal,
que afectó en su violencia al final del recorrido de la otra
manifestación. Lo mucho que se consiguió con tan poco –se
consiguió que durante días no se hablara de otra cosa que de la
violencia de la manifestación, no de lo que la manifestación se
proponía; se consiguió que diversas autoridades criminalizaran un
sindicato libertario; se consiguió crear la banda sonora idónea
para que tres personas, elegidas por la policía, sigan aún en prisión
desde aquel día-, invita a evitar reproducir en el futuro ese tipo de
actos.
Si
es verdad que estamos asistiendo a nuestro renacimiento, dediquémonos a
renacer. Dediquémonos a lo nuestro. Lo nuestro es la libertad5.0, la
igualdad5.0, la fraternidad5.0.
, la igualdad de sexos, la ayuda mutua, la cooperación, la federación
voluntaria, el socialismo voluntario –sin dictaduras del proletariado,
ni contenedores quemados por el proletariado ese-. Lo nuestro es la
modulación de un nuevo consumo, un nuevo ahorro,
nuevas financiaciones, la democracia económica, la ampliación de los
márgenes de lo posible, la creación de discursos interesantes y
apasionantes. Lo nuestro es continuar aquella actualización iniciada en
los 70 -e interrumpida, zas de golpe-, con la formulación
de un anarquismo pertinente, cotidiano, y que vertebre nuevas formas de
asociación, de coordinación, de cambios. Lo nuestro, lo que hacemos
bien, es vivir de manera diferente, reunirnos en nuestros grupos de
afinidad con nuestros amigos, y hablar de cosas
que afecten positivamente a la sociedad. Y de cómo diablos aplicarlas.
Carecemos de texto sagrado, somos una comunidad de lectores que siempre
ha sabido crear y distribuir sus textos. Lo nuestro es que esos textos
existan en la era digital. Lo nuestro es crear
nuevos referentes informativos, que amplíen las descripciones de la
realidad y que sean sensibles de influir, por su calidad, en la
sociedad. Lo nuestro es, llegados al inicio de una edad de plata –y si
eso es cierto-, la formulación de una asociación específica
ibérica, que sea lo que siempre han sido las específicas por aquí
abajo: algo laxo, confederado, discreto, adogmático, que no ordene nada a
nadie, pero que nos ayude en nuestros diálogos. Y que nos ayude también
a que esta nueva edad de plata no se nos desmadre.
Sabemos
que la violencia es más de lo que, comúnmente, se señala como tal. La
violencia es la explotación, la desigualdad, los desahucios, la
precariedad, la reducción
de derechos. Mostremos esa violencia a la sociedad y no dejemos que se
nos vincule con ninguna otra. Lo nuestro es que la única violencia
ejercida en la calle –esa violencia tan llamativa y que tan fácilmente
aparece en los medios- la practiquen enmascarados,
sí, pero a sueldo, con cascos, con porras y con una banderita bordada
en la manga. Lo nuestro es describir y denunciar esa y otras violencias.
Lo nuestro es ampliar el campo semántico de la violencia. Lo nuestro,
en fin, no sólo no consiste en quemar cosas,
sino que, cuando se ha quemado algo en nuestro nombre o en nuestro
costado, luego, en un plis-plas, se nos ha quemado a nosotros, en lo que
es una razón para evitar que la violencia se produzca cerca de
nosotros.
Unas
semanas antes del hecho violento que condenó nuestra tradición en los
70’s, el ministro del Interior de entonces declaró: “me preocupan más
los anarquistas de
Barcelona que los etarras”, una frase que es un indicativo del carácter
desequilibrante del movimiento libertario cuando no se le mezcla con la
violencia más básica. Lo nuestro no es la violencia. No puede serlo
-somos muy malos en la materia-, pero tampoco
puede parecerlo. Dejemos la violencia a sus profesionales. En ese
sentido, el Estado sigue siendo el mejor en la disciplina. Como
demuestra cada día y, puntualmente, al final de todas nuestras edades de
plata. No compitamos con el Estado ni un instante en
esa Liga. No se lo pongamos tan fácil. No permitamos a nadie que se lo
pongamos tan fácil.
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